Este día, que recuerda un hecho represivo conocido como La
Noche de los Lápices, trae a la memoria a un grupo de jóvenes estudiantes
secundarios que fueron secuestrados por la última dictadura en la ciudad de La
Plata. La fecha es hoy un aniversario de alcance nacional y el suceso es
conocido mundialmente porque en él se sintetizan muchos de los elementos más
profundos de las memorias sobre el terrorismo de Estado y porque se trata de un
hecho que atacó centralmente a los jóvenes.
Constituye un hito de la memoria social por el valor que
tiene para reflexionar acerca de la construcción de esa memoria y sus
transformaciones en función de los cambios del presente.
A mediados de septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata un
grupo de estudiantes secundarios fue secuestrado por las Fuerzas Armadas. Entre
ellos estaban: Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de
Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo
Díaz, Patricia Miranda, Gustavo Calotti y Emilce Moler.
Durante su secuestro, los jóvenes fueron sometidos a
torturas y vejámenes en distintos centros clandestinos, entre ellos el Pozo de
Arana, el Pozo de Banfield, la Brigada de Investigaciones de Quilmes y la
Brigada de Avellaneda. Seis de ellos continúan desaparecidos (Francisco, María
Claudia, Claudio, Horacio Daniel y María Clara) y sólo cuatro pudieron
sobrevivir, Pablo Díaz, Gustavo Calotti, Emilce Moler y Patricia Miranda. Este
episodio, por lo tanto, constituye uno de los crímenes de lesa humanidad cometidos
por el terrorismo de Estado.
La mayoría de los jóvenes tenían militancia política. Muchos
habían participado, durante la primavera de 1975, en las movilizaciones que
reclamaban el BES (Boleto Estudiantil Secundario), un beneficio conseguido
durante aquel gobierno democrático y que el gobierno militar de la provincia
fue quitando de a poco –subiendo paulatinamente el precio del boleto- a partir
del golpe del 24 de marzo de 1976. Por otro lado, buena parte de los
estudiantes integraba la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y la Juventud
Guevarista, entre otras organizaciones.
En su libro Los trabajos de la memoria, Elizabeth Jelin
explica que la memoria, en tanto herramienta para procesar el trauma social,
tiene tres características centrales: es un proceso subjetivo que está anclado
en experiencias y marcas simbólicas y materiales; es un objeto de disputa,
existen luchas por la memoria y por eso se habla de memorias en plural y no en
singular; es un objeto que debe ser historizado porque el sentido del pasado va
cambiando con la aparición de nuevos testimonios, nuevas pruebas judiciales y
con las transformaciones políticas y sociales.
A su vez, en aquellos primeros años de la democracia, La
noche de los lápices funcionó como una bandera para los centros de estudiantes
que volvieron a abrirse o se conformaron por aquel entonces. El episodio estaba
protagonizado por jóvenes estudiantes, lo que provocaba –y provoca- una fuerte
identificación y el peso del relato estaba en la lucha estudiantil por el
boleto de 1975, una causa que puede convocar adhesiones aún hoy en día. Fue con
el paso del tiempo y las profundizaciones en la historia argentina reciente que
la figura de los jóvenes secuestrados adquirió características más complejas.
Es decir: su lucha como estudiantes pudo ser inscripta en la historia mayor de
las importantes movilizaciones sociales de la década del setenta. Esto no
relativiza el peso del aniversario, sino que, por el contrario, muestra el
carácter vital que la memoria tiene, cuando las sucesivas generaciones se
apropian de un hecho del pasado desde sus preocupaciones del presente.
La fecha de La noche de los lápices permite condenar al
terrorismo de Estado. Es, a su vez, una invitación a recordar la vida de
aquellos jóvenes que lucharon y participaron para construir un futuro mejor. Y
puede, por último, constituirse en una ocasión propicia para acompañar el
homenaje con un ejercicio reflexivo en torno a la construcción social de la
memoria. Para este ejercicio ofrecemos una selección de testimonios de dos de
los sobrevivientes que narran, cada uno desde su experiencia subjetiva, lo
sucedido en aquel entonces. La lectura de estos relatos ayuda a visualizar que
la memoria, en tanto objeto de disputa, reclama nuestra activa participación
para arribar al piso de verdad y justicia que anhelamos.
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